lunes, 3 de diciembre de 2012

Quizá no seamos tan pobres

Tiene los ojos de cristal, de agua. A pesar de su desaliño es guapo, muy guapo, pero sus grandes ojos grises son la viva imagen de la tristeza. Está llorando. Un pequeño trozo de pan completa la imagen. Ésta está acompañada por una historia: el niño llora delante de una zapatería observando unos zapatos que necesitaría, pues va descalzo.



Automáticamente asocio esta imagen a la de los niños que gritan como energúmenos en un programa de televisión, mientras su madre grita más que ellos intentando que coman. Después entra en escena la educadora haciendo mangas y capirotes para que entren en razón. Quizá lo consiga, o puede ser que nos encontremos en un futuro con personajes que comenten que en el frigorífico "no hay nada". Entiéndase por "nada" que en realidad no tienen ganas de comer. Como decía Cicerón, el hambre es el mejor condimento. En el mundo mueren diariamente veintiséis mil niños menores de cinco años por falta de alimentos, malnutrición, falta de atención sanitaria y enfermedades "tontas" como una neumonía. Esta es la verdadera pobreza. Estamos abriendo a cada momento la puerta de las quejas; mejor eduquemos en saber valorar lo que tenemos. ¿Invitamos al protagonista de la historia a vivir como muchos, muchos, de los niños que conocemos? Seguro que sería de lo más feliz. Se conformaría con muchísimo menos. Y por supuesto, no se le ocurriría exigir absolutamente nada. Quizá no seamos tan pobres.

lunes, 5 de marzo de 2012

¿QUÉ ES SEÑALARSE?


No sé a qué mente obtusa se le ocurre manifestarse en contra de nuestra lengua, cuando la palabra más humilde encierra la vida de una persona, de un pueblo. No hace mucho tuve un encuentro con un amigo que entre risas me dijo "que no me señalara". Era evidente que no se refería al significado denotativo de la palabra señalar, es decir, el que viene en el diccionario.

Muy al contrario, lo que me venía a insinuar era que no expresara mi opinión en determinados foros. Pues va a ser que no, que seguiré haciendo lo mismo, llámesele señalarse o como cada quien quiera llamarlo. Entiendo que haya lo que se me ocurre denominar defectos sociales, o sea, aquellos comportamientos que influyen negativamente en la vida de los demás y que deben ser castigados. Es a esto a lo que únicamente se le debe llamar señalarse y no a expresar libremente una opción. Sólo faltaría que nos hubiésemos convertido en votantes y pagadores de impuestos.

Estoy absolutamente convencida de que por su forma de proceder muchos integrantes de nuestra clase política y otros que ocupan puestos de responsabilidad, están peor preparados que aquéllos que están, en muchas ocasiones soportando, su mala gestión. ¿Y hay que callarse? De ninguna manera. Me callaría mi conciencia que es a la única a la que dejo entrometerse en mi vida. Me callaría ir por la vida a lo loco pisoteando los derechos de los que me rodean. Si no es así, me seguiré señalando siempre.

¡QUÉ DETALLE!


Hay un tipo de noticias que desencadenan recuerdos, vivencias y comentarios que de alguna manera nos impresionaron o de los que aprendimos algo aunque los protagonistas de los mismos no lo pretendiesen. En una ocasión indicaron a D. Manuel Fraga (q.e.p.d.9 que siempre llevaba el mismo reloj, a lo que éste respondió que lo tenía desde hacía veinte años y que no pensaba cambiarlo puesto que funcionaba perfectamente. La sobriedad presidió su vida y no necesitó bienes materiales para demostrar su valía. El que estemos de acuerdo o no con su vida política es otro tema.

En una entrevista televisiva hecha al insigne economista José Luis Sampedro, necesitó mirar unos datos y la sorpresa fue mayúscula: del bolsillo de su chaqueta extrajo un cuaderno de no más de diez centímetros por cuatro (al que llamó "mi ordenador personal").

Estas dos anécdotas las recordaré cuando leí la noticia de que el príncipe Carlos de Inglaterra (el eterno aspirante), sugiere a sus compatriotas que aprovechen la celebración de los sesenta años de su egregia y casi eterna madre en el trono, para que tengan el detalle de obsequiarla con un nuevo yate real. Se calcula que a los millones de familias inglesas que no recuperarán su nivel de vida hasta el año dos mil veinte, les costaría la friolera de setenta y dos millones de euros.

El contraste de actitudes despertó mi admiración por los anteriores y el rechazo al abuso. Al final pensé: ¡Qué detalle!